Aquí

Aquí, donde todo es mentira en el paisaje que sigo observando. Aquí, donde todo lo más absurdo tiene tanta importancia, donde lo trascendente duerme en el senado, donde las madres que lloran a sus hijos muertos sólo importan para la foto y lo que nos mueve es la vida amorosa de la estrella de turno. Aquí, donde lo que hace bien es la vida misma, es precisamente eso lo que nos negamos. Aquí, donde el frío quema en carne viva y el insomnio es sólo una excusa para provocar una inspiración que no llega. Aquí, donde los viejos no tienen destino y se cagan de hambre; aquí, donde la gente roba porque se aburre de promesas, donde las viejas refinadas juegan a la presidencia, donde la manipulación se esconde tras la sonrisa estúpida de quien auspició la muerte y la sangre. Aquí, donde los verdugos y ladrones compran mansiones arriba del cerro y son atendidos por sus fieles mamarrachos. Aquí, donde la vocación de la guerra es más fuerte que la utilización del pensamiento. No necesito nadar en este océano de inquietudes, no quisiera cantar himnos patrioteros nunca más, no quisiera honrar estatuas, no necesitaría credenciales para mostrarme tal como pienso que puedo llegar a ser, no quiero su maldita figura ensombreciendo el camino.

Me cuesta entender ese mundo que no quiero. Me cuesta entender el transcurso de las horas, el orden del mundo; que la gente trabaje de nueve a cinco, o patine en las canchas de patinaje, o lea en las bibliotecas, o baile frente a los espejos, o viaje los fines de semana a la costa. Me cuesta entender que ese orden sea más importante que la vida misma, que la gente se someta a una alucinación que ellos mismos se inventan, aun cuando les repugne. Me cuesta entender que no existan más espacios de encuentro, cuando el mundo está lleno de lugar para nosotros. Prefiero darme cuenta que, a pesar del horror y el miedo, siempre hay un pequeño destello, un halo verde o rosa que llena los pulmones de aire, que cristaliza la mirada, que hace pisar un poco menos duro y sonreír de vez en cuando, siempre hay una palabra o un gesto que hace la vida un poco más llevadera. Siempre hay un chorro de agua en una tarde calurosa…

Un día de estos, tal vez, veré la vida así, como se supone que debiera ser: un poco más llana, un poco más real y me desprenderé de este territorio de sueño que me encapsula. Un territorio donde los nombres significan algo, donde los gatos me miran de frente, donde hay palabras que reconocen el valor de seguir respirando, donde el desencanto se frota contra la ilusión, donde las llamadas parecen y son el saludo más frívolo que nos damos, de donde me cuesta tanto salir…

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