Me dicen que soy rebelde, que siempre llevo la contra, que siempre peleo por lo que no va hacia ningún lado. Puede que sea cierto. Me declaro una inconformista total (y no por eso, desagradecida). Que defiendo lo indefendible o que siempre me pongo a favor de cosas distintas del resto. Y sí, me gusta pelear, me gusta saber que no todo es perfecto, porque si lo fuera sería una soberana lata. Me gusta opinar y decir que algo me parece o no. Creo que por eso, precisamente soy una de las pocas personas que defiende la política (y no a los políticos, necesariamente). A la gente le falta pensar, discutir, berrear si es necesario. Y es que mis recuerdos más potentes de infancia están relacionados con hechos políticos de Estado. No tengo tan claro porqué, pero así es. A la gente se le olvida que todo tiene que ver con política -que, a veces, poco y nada tiene que ver con esos que se llaman “políticos”-, que el mundo está hecho de reglas, libertades y responsabilidades, que es una forma de vivir, no de otros, sino de todos los que habitamos el planeta. En menor o mayor medida…
No sé si seré un bicho raro o, al menos, una contestataria y rebelde ciudadana, quien prefiere patalear ante lo que le parece injusto. Y ojalá lo hiciera más seguida y consistentemente. Y cumplo con mis deberes también.
No sé si el espíritu cívico me brotó dadas las represivas y terroríficas circunstancias políticas de otro tiempo, aun cuando mi infancia sí fue feliz, entendiendo también que la de los otros no era tan parecida a la mía; o, si bien, se plasmó a lo largo de mi adolescencia, leyendo cuanto libro sobre el tema se cruzara ante mis manos. Quizás venía en mis genes, no lo sé…
Razones hay muchas, tantas, que ya ni me atrevo a contarlas, pero el hecho es que no puedo declararme indiferente a lo que sucede cada día en mi país y el mundo en el cual vivo, porque soy parte de la sociedad (quiéralo o no). Y, a veces, es tanta la información o la tragedia (la información suele ser tragedia) que uno no logra más que sobrecogerse y sentirse infinitamente desvalido, impotente o inútil ante tanto acontecimiento… y esa suele ser la razón por la cual tanta gente se automargina de la política, sin entender que su no-acción es un acto político en sí mismo. Y, debo confesar con muy poco pesar, que esa actitud me indigna en lo más profundo, a un punto casi sobrenatural (especialmente cuando es esa misma gente la que más reclama y protesta por todo). Porque es esa actitud, precisamente, la que permite que ciertos personajes se adueñen de un espacio público, donde el que tira la mejor oferta 2 x 1, gana. ¿Para qué discutir? ¿Para qué pensar, si otros lo pueden hacer por uno? Dejar a los gaznápiros en el poder… claro, ¡esa es la solución! ¡Bah! Es más fácil acoger la idea del progreso express, que venir a explicarles a una manga de palurdos porqué es necesario educar y trabajar o aspirar a tener protección social e informarse sobre las leyes.
Me cuesta creer que exista tanta gente se sienta sin ganas de patalear, cuando para mí es una necesidad básica. Claro, no puedo pedirles a todos que piensen como yo, pero porlamalditacresta que me gustaría.